martes, 26 de junio de 2007

Lois McMaster Bujold: El aprendiz de guerrero

Tengo que admitir que comencé este libro con reticencias. Nunca me han entusiasmado las space operas ligeras, supongo que porque pecan de banalidad y en muchos casos se olvidan casi por completo de la parte de ciencia que hay en la ciencia-ficción. Aquí lo importante no es la exploración del ser humano, del conocimiento o del universo, si no la pura y simple diversión en forma de novela de aventuras. Puede tratarse de un western espacial o una historia de piratas espaciales: no hay nada de novedoso en ello, solamente el calificativo de “espacial”. Y a estas alturas, por supuesto, ni eso.

Con todo, El aprendiz de guerrero me ha gustado. La historia trata sobre Miles Vorkosigan, el último vástago de una noble estirpe de reminiscencias feudales. Pero no os lo imaginéis alto, guapo y de perfil aristocrático. La madre de Miles fue envenenada cuando estaba encinta de él y, aunque sobrevivió, el pequeño Vorkosigan es un chico deforme, feo y de salud muy precaria. Aunque es muy inteligente, debido a su salud se le impide entrar a formar parte del ejército, lo cual es una mancha terrible para su linaje (sic.)

Sin duda la peor parte de la novela es el planteamiento. Cuando el ejército le rechaza, Miles comienza a reunir una tripulación y se embarca en un viaje para hacer llegar armas a las tropas de la resistencia de un planeta en guerra. Y todo esto lo hace en una ausencia total de motivaciones, sin preguntarse siquiera quiénes son los buenos y los malos (si es que los hay) de esta guerra, y sin preocuparse lo más mínimo por poner en peligro su vida y la de los que le rodean. ¿Qué más da? Total, a la tripulación la fue encontrando por casualidad; si la pierde ya invocará otro Deus ex machina para que le provea de nuevos súbditos, tan valientes y abnegados como los anteriores.

Sin embargo, pasado este mal trago del principio, la novela comienza a coger inercia, a funcionar por sí misma. Vale, hemos tenido que empujarla cuesta arriba, pero ahora llega la bajada, que es más divertida y además tenemos viento de popa. Miles comienza a destaparse como un personaje de interés, más psicólogo que estratega, ingenioso y con la pizca de puerilidad que se le supone. Las escenas de acción se suceden a buen ritmo, sin estridencias, en un estilo correcto y que tiene breves destellos de originalidad. El crescendo de tensión se mantiene firme hasta el final, mientras vemos cómo la situación de Miles se hace más compleja cuanto más se acerca a la victoria. En definitiva, uno empieza a comprender por qué la saga Vorkosigan es una de las más famosas de este subgénero (o como quiera que se llame) de la ciencia ficción. El final, sin ser un derroche de genialidad y pese a que puede dar la sensación de dejar las cosas un poco a medias, se adapta bien a la línea de la novela y deja bien atados todos los hilos que se han ido abriendo.

En resumen, El aprendiz de guerrero es una muy buena opción para cualquier aficionado a la novela de aventuras a quien le apetezca una lectura ligera, poco profunda y sin complicaciones. Tiene sus pecados, es cierto; a lo largo del libro se trivializan conceptos como la guerra o incluso la muerte; pero éstos no llegan a empañar del todo una historia que, aunque gira en torno a los caprichos de un adolescente sobreprotegido, no deja de ser interesante y divertida.

domingo, 24 de junio de 2007

Minutos musicales

Ahora que he terminado los exámenes (y las celebraciones que les siguen), retomo el blog con la esperanza de ponerlo al día en cuanto a reseñas y otras cosillas en los próximos días. Mientras tanto, os dejo con un breve interludio en forma de canción.

Las aceras están llenas de piojos es el título del último disco de Marea, quienes para mí son de lo mejor que tenemos hoy en día en cuestión de música en España. Este trabajo quizá no alcanza la maravilla que fue 28.000 puñaladas, pero aún así tiene canciones buenísimas, fieles al buen hacer de este grupo y con unas letras que, de nuevo, rallan la perfección en algunos momentos. Así que, si aún no los conocéis, haced una buena pira con los últimos hits y las canciones del verano de los últimos 20 años y corred, insensatos, corred por la salvación de vuestros tímpanos a por este último disco de Marea.

Relincha el pellejo, preñado de espuelas
porque su montura es tan solo saliva que puebla mejillas,
fundiendo los plomos, matando polillas.
Es el sollozo de un pozo con sed,
gemido que atiza el rescoldo de la chimenea,
tinto de pelea, beso de morder.
Es el alero que quiere llover,
es levante y tramontana
y a la hora de las moscas chicharrina,
corona de espinas de la que comer.
Es una blusa con nudo en el pecho,
es un largo trecho y desaparecer.

Es un abrazo de navajas que sangra rosales,
un lecho de paja y cristales,
pozales de hiel
bebidos a sorbos y echaos a perder.
Es una brisa de Octubre que tira paredes,
la ubre en que duermo y que quiere
el pétalo enfermo que canta al toser.

Trataron de herrarle y cerró las tijeras;
no fue a cal y canto, quedaba la punta de untar las heridas.
Sirvieron de lienzo las horas perdidas.
Es el antojo del ojo que ve
cómo muere solo a través de la misma mirilla
de la misma puerta que quiere romper.
Es una mano intentando coger
del amor algún pedazo y los tacones en la nuca de la vida,
manzana podrida, quijada de Abel,
que se entretiene desabotonando las claras del día para verte bien.

Es un abrazo de navajas que sangra rosales,
Un lecho de paja y cristales,
Pozales de hiel
Bebidos a sorbos y echaos a perder.
Es una brisa de octubre que tira paredes,
La ubre en que duermo y que quiere
Al pétalo enfermo que ladra silbando, que canta al toser

miércoles, 6 de junio de 2007

Stanislav Lem: Solaris

¿Qué secretos esconde el extraño océano que cubre casi por completo la superficie de ese planeta llamado Solaris? Nadie lo sabe; no al menos a ciencia cierta. Se sabe que, de algún modo, ese océano estabiliza la órbita del planeta alrededor de los dos soles que orbita. Se sabe que de él emergen ciclópeas construcciones que nunca duran más de unas horas: son las simetríadas, los fungoides y otras maravillas efímeras cuyo origen y función se desconocen por completo. También se sabe que el océano responde a algunos estímulos por parte del ser humano. Pero, ¿significa todo eso que el océano está vivo? Es probable que sí, pero no existe nada concluyente al respecto. Hay que recordar que Solaris es, por lo demás, un planeta inerte. El océano, si es que realmente lo está, es el único ser vivo del planeta. No se alimenta. No se reproduce. ¿Acaso piensa, acaso es consciente de sí mismo y de lo que le rodea? No se sabe.

No se sabe. No hay respuestas para casi nada, salvo las elucubraciones que uno mismo va haciendo al tiempo que lee, y que rápidamente empiezan a contradecirse unas con otras. Leer Solaris es como adentrarse en un laberinto sabiendo que no existe ninguna salida, porque el eje central de la historia son las limitaciones de la comprensión humana. De hecho, al final del libro nada queda resuelto, porque la vida en sí misma es indescifrable y nuestras mentes tienen un límite, una frontera muy definida: el pensamiento antropocéntrico. Todo lo que escape a lo remotamente humano será, por fuerza, incognoscible para nosotros. Dios, por ejemplo, para quien crea en Él. Se trata sin duda de un pensamiento desalentador, más aún cuando uno piensa en ello y se da cuenta de lo certero que resulta.

Sin embargo la cosa no se queda ahí. Solaris es un libro que abarca tantas lecturas que se hace imposible resumirlo: lo más seguro es que el resumen ocupara más páginas que el propio libro. Hay en esta novela una abundante cantidad de géneros, desde la ciencia ficción especulativa hasta el más pavoroso terror, no exento siquiera de fantasmas. Y ninguna de las cuestiones que plantea, ya sean morales, filosóficas o científicas, se aborda de manera superficial; Stanislav Lem navega en un barco de calado hondo, en un rompehielos, precisamente para dejar claro cuáles son los límites de la inteligencia y el sentir humanos y contraponerlos a lo ignoto, que es el océano y que es a su vez la misma concepción de la vida.

Me doy cuenta de que ya estoy terminando y apenas he contado nada. No hago más que dar vueltas en círculo: ni siquiera he explicado de qué va la historia, quiénes son o qué hacen los personajes. Eso os lo reservo a quienes aún no hayáis descubierto esta maravilla que es Solaris. Disfrutadlo, e id hilando vuestras teorías acerca de si el océano está vivo o no, del límite de comprensión humano o del por qué de ese sombrero de paja que lleva siempre Sartorius. Aunque, con toda seguridad, os equivocaréis tanto como yo.

sábado, 2 de junio de 2007

Dean Koontz: Fantasmas

Tras la pérdida de su madre, la doctora Paige abandona Snowfield para ir en busca de su hermana. Al volver, se encuentra con que no queda ni un alma en el pueblo. No queda nadie o, al menos, nadie con vida.

Así empieza Fantasmas de Dean R. Koontz, un libro que aglutina y lleva a su extremo todas las virtudes y defectos del bestsellerismo. Si os soy sincero, aún no sé por qué lo terminé; supongo que por cabezonería o por aquello de que siempre va bien aprender de los errores ajenos. Y os aseguro que, de esto último, aprendí muchísimo. Aunque, también es verdad, para este viaje no hacían falta tantas alforjas. En fin.

A pesar de lo mediocre del estilo y de que el libro no aguanta un análisis mínimamente sesudo, uno empieza a leer y se descubre a sí mismo entreteniéndose, metido en una historia bien planteada, con un ritmo que no deja respirar y lo suficientemente inquietante como para mantenerte enganchado. Bien. Pero luego, a medida que nos adentramos en el nudo, empiezan a surgir los problemas: la historia es demasiado lineal, los personajes demasiado estereotipados y planos, y sus reacciones a veces están entre lo estúpido y lo decididamente absurdo. Además, uno se va dando cuenta de que todo se reduce a una concatenación de sustos cuya concordancia entre sí parece remota... y que, peor aún, termina por no existir.

Todo esto no es tan malo, o no debería serlo, si lo que se busca es simple entretenimiento. Los fuegos artificiales no sirven para nada, no significan nada, pero a todos nos encantan, ¿verdad? Pues eso. Lo que pasa es que al señor Koontz le pierde su verborrea y acaba metiéndose en unos lodazales que le vienen enormes, lo cual consigue no solo que el libro pierda interés, sino que se vuelva irritante y den ganas de tirarlo por la ventana. Me explico: el tema es que hay un monstruo, uno muy malo, ¿vale? Un monstruo de verdad, de los que asustan, con millones de años a sus espaldas y una mala leche del copón. Genial. A partir de cierto punto, un equipo de científicos entra en escena y comienzan a analizarlo para poder destruirlo, lo cual, por lo visto, al monstruo le parece de maravilla, porque se deja cortar gustosamente unas lonchas para uso y disfrute de los susodichos científicos. Total, que el autor termina proponiendo que el monstruo es el autor de todas las desapariciones misteriosas que han ocurrido a lo largo de la historia, incluida... ¡la de los dinosaurios!

Sí, de verdad, lo digo en serio.

Y no es lo único, claro. Pifias de este calibre las hay repartidas por todo el libro, errores “de guión” del tamaño de los Pirineos, afirmaciones pseudocientíficas que no se ajustan a ninguna ley y desbarajustes que claman al cielo por lo absurdos que son y que a mí, personalmente, me ofenden mucho. Porque un libro, aunque sea una novela fantástica y aunque sea lo más bestselleriano que existe, es uno de los grandes conductores de cultura que tenemos, y esto es pura y dura desinformación. Si uno no entiende de algo no pasa nada, se da el rodeo necesario para no hablar de lo que se desconoce y listos; al fin y al cabo un monstruo es un monstruo, y se han hecho grandes obras partiendo precisamente de su esencia incognoscible. Ahí tenéis al Cthulhu de Lovecraft o a El Horla de Maupassant. Pero si uno se decide a descorrer las cortinas de lo desconocido, lo mínimo que hay que hacer es asegurarse de que sea para mostrar algo más que estupidez. Koontz lo hace, y además con el orgullo y arrojo que solamente la necedad puede proporcionar. El resultado de todo esto es, como supondréis, sencillamente lamentable.

Termino aquí mi reseña, porque no hay más que decir de esta novela y porque me enerva pensar en ella. Prefiero olvidar que la he leído, guardarla en lo más hondo de algún cajón e incluir a Koontz en mi lista negra de autores, subrayado, en negrita y con colores fosforescentes. Por si acaso.