miércoles, 6 de junio de 2007

Stanislav Lem: Solaris

¿Qué secretos esconde el extraño océano que cubre casi por completo la superficie de ese planeta llamado Solaris? Nadie lo sabe; no al menos a ciencia cierta. Se sabe que, de algún modo, ese océano estabiliza la órbita del planeta alrededor de los dos soles que orbita. Se sabe que de él emergen ciclópeas construcciones que nunca duran más de unas horas: son las simetríadas, los fungoides y otras maravillas efímeras cuyo origen y función se desconocen por completo. También se sabe que el océano responde a algunos estímulos por parte del ser humano. Pero, ¿significa todo eso que el océano está vivo? Es probable que sí, pero no existe nada concluyente al respecto. Hay que recordar que Solaris es, por lo demás, un planeta inerte. El océano, si es que realmente lo está, es el único ser vivo del planeta. No se alimenta. No se reproduce. ¿Acaso piensa, acaso es consciente de sí mismo y de lo que le rodea? No se sabe.

No se sabe. No hay respuestas para casi nada, salvo las elucubraciones que uno mismo va haciendo al tiempo que lee, y que rápidamente empiezan a contradecirse unas con otras. Leer Solaris es como adentrarse en un laberinto sabiendo que no existe ninguna salida, porque el eje central de la historia son las limitaciones de la comprensión humana. De hecho, al final del libro nada queda resuelto, porque la vida en sí misma es indescifrable y nuestras mentes tienen un límite, una frontera muy definida: el pensamiento antropocéntrico. Todo lo que escape a lo remotamente humano será, por fuerza, incognoscible para nosotros. Dios, por ejemplo, para quien crea en Él. Se trata sin duda de un pensamiento desalentador, más aún cuando uno piensa en ello y se da cuenta de lo certero que resulta.

Sin embargo la cosa no se queda ahí. Solaris es un libro que abarca tantas lecturas que se hace imposible resumirlo: lo más seguro es que el resumen ocupara más páginas que el propio libro. Hay en esta novela una abundante cantidad de géneros, desde la ciencia ficción especulativa hasta el más pavoroso terror, no exento siquiera de fantasmas. Y ninguna de las cuestiones que plantea, ya sean morales, filosóficas o científicas, se aborda de manera superficial; Stanislav Lem navega en un barco de calado hondo, en un rompehielos, precisamente para dejar claro cuáles son los límites de la inteligencia y el sentir humanos y contraponerlos a lo ignoto, que es el océano y que es a su vez la misma concepción de la vida.

Me doy cuenta de que ya estoy terminando y apenas he contado nada. No hago más que dar vueltas en círculo: ni siquiera he explicado de qué va la historia, quiénes son o qué hacen los personajes. Eso os lo reservo a quienes aún no hayáis descubierto esta maravilla que es Solaris. Disfrutadlo, e id hilando vuestras teorías acerca de si el océano está vivo o no, del límite de comprensión humano o del por qué de ese sombrero de paja que lleva siempre Sartorius. Aunque, con toda seguridad, os equivocaréis tanto como yo.

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