lunes, 14 de mayo de 2007

Dino Buzzati: El desierto de los Tártaros

Este libro lleva rondándome la cabeza desde que lo terminé, hace ya cosa de un par de meses. Por eso inicio el blog con esta reseña, casi por obligación, porque El desierto de los Tártaros deja tras de sí un peso del que no es fácil librarse. Veamos si esto lo consigue.

Dice Jorge Luis Borges en el prólogo que Dino Buzzati es ya un clásico contemporáneo, expresión que se utiliza (como casi todas las alabanzas) demasiado a la ligera en cuestión de libros. También menciona a Kafka entre las fuentes de las que bebe, acaso por lo alegórico de su obra. No seré yo quien le quite la razón en ninguna de las dos afirmaciones. Pero empecemos por el principio.

La Fortaleza Bastiani se erige como defensa fronteriza de un país, digámoslo así, de cuyo nombre no quiero acordarme. Antaño majestuosa, hoy la fortaleza decae en el aburrimiento de mantener una frontera que dejó de ser útil hace mucho. Frente a ella se extiende un interminable desierto por el que antaño atacaron los temibles Tártaros; a su espalda se dispersan los estrechos y tortuosos senderos que vadean las montañas hacia la primera ciudad del país en cuestión. He aquí la primera contraposición de imágenes, la primera alegoría. Porque todo en El desierto de los Tártaros lo es. El desierto bien podría haber sido un acantilado, un abismo al final del mundo, lo que nos espera tras la muerte. Los serpenteantes caminos que llevan hacia ella... bueno, no creo que haga falta explicarse más.

Allí, a la fortaleza Bastiani, es enviado Giovanni Drogo, recién salido de la academia, a estrenar su condición de teniente. Y en la fortaleza, Giovanni no encuentra nada. Nada de nada, solamente una vigilia perpetua y hambrienta de gloria, una espera que no tiene fin del mismo modo que posiblemente no tuvo principio. Sin darse cuenta, el teniente Drogo entra a formar parte de esa espera acomodándose fácilmente a su dinámica. Cualquier presagio de ataque es atendido con obsesión, con esa mezcla de miedo y anhelo que sienten los soldados frente a una batalla indiscernible. Pero nada existe en realidad, y a medida que los espejismos se diluyen quedan las realidades de la fortaleza y la soledad, los abrigos en los que Giovanni se ampara y sin los ya no puede sobrevivir. Cada segundo se hace interminable, pero los meses y las estaciones del año parecen volar. Pasan los años y los muros de la fortaleza son cada vez más pesados, pero la espalda de nuestro teniente se ha amoldado ya tanto a su forma que apenas siente ese peso. Cada vez hay más distancia entre él y el mundo real, y pronto se encuentra con que esa distancia es tan insalvable como el desierto que se abre a sus pies, siempre enfocados en busca de alguna novedad tras el horizonte.

He dicho antes que la fortaleza decae en el aburrimiento, y no es cierto. La fortaleza sigue ahí, inconmovible al paso del tiempo, enorme y a la vez asfixiante, como el castillo de una novela gótica. Porque la fortaleza es el mundo, es la vida, y éstos seguirán aquí después de que nosotros nos hayamos ido. Son los hombres quienes decaen, quienes abandonan poco a poco sus sueños en pos de una esperanza vana, un ataque que, en el fondo, saben que nunca presenciarán. El tiempo les deja atrapados en ese limbo que se alarga hasta eternizarse, con los pies enredados en una situación que ya no les dejará avanzar ni retroceder jamás.

El final de la novela es desgarrador y, aviso, deja un poso de tristeza del que no es fácil desprenderse. Uno no puede ver la vida con los mismos ojos después de leer esta obra. Pero hay un brillo de esperanza, una luz que fulgura a través de todo y que solo empieza a comprenderse (al menos eso me pasó a mí) días después de terminar la lectura. No puedo explicarlo con palabras. Leedlo y lo sentiréis.

En definitiva, este no es un libro para quienes tienden a ver el vaso medio vacío, aquí no hay ninguna frase mágica al estilo de Paulo Coelho para levantar la moral. Tú desea lo que quieras, que el universo hará lo que le venga en gana. Aunque no solo se remite a eso. El mensaje es mucho más profundo y perturbador, porque no es el corazón el lugar al que se dirige, sino el mismo centro de la existencia.

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