domingo, 29 de julio de 2007

Gabriel García Márquez: Crónica de una muerte anunciada

Santiago Nasar muere. Lo digo así, en presente y del modo más impersonal posible, porque a pesar de que el hecho en sí es irrevocable uno no sabe muy bien si decir que se trata de algo que sucedió hace mucho tiempo, o ayer mismo, o si el asesinato está aún por cometerse. La historia avanza, retrocede, se bifurca y salta de una rama a otra: nunca permanece estática. Porque los sucesos que marcan una vida, como le ocurre al cronista de este libro, son perennes hasta el punto de alargarse infinitamente.

Decíamos, pues, que Santiago Nasar ha muerto. Esto lo sabemos desde la primera frase, en esto se reúne todo el libro. Una afrenta de honor obliga a los hermanos Vicario, amigos del propio Santiago, a darle muerte tras saberse que la hermana de éstos no ha podido contraer matrimonio por no ser ya virgen. Es curioso que sea precisamente Santiago Nasar el señalado por Ángela como el culpable de semejante ultraje, precisamente él, a quien nunca se le ha visto interesado por ella ni triste a causa de su matrimonio: acaso sea mentira y haya sido escogido por la simple razón de que la amistad entre sus hermanos y él evite el derramamiento de sangre, quedando de este modo libres de castigo tanto el inocente como el culpable. Cosa que, por supuesto, no ocurre. Los hermanos Vicario están resueltos a vengar la afrenta a pesar de que tratan por todos los medios que alguien se lo impida, a pesar de que todo el mundo sabe ya lo que está por acontecer.

Pero se dan en esta historia una serie de contingencias ligadas a la fatalidad que terminan por permitir la muerte de Santiago, un cúmulo de despropósitos por parte del mundo entero que provocan una catástrofe a la que nadie daba crédito. Unos observan la historia sin entrometerse, al principio incrédulos y atónitos al final; otros intervienen, pero su voluntad de evitar la tragedia es siempre ligeramente inferior a lo necesario; y otros, indecisos entre su deseo de ver morir a Santiago y su bondad inherente, no saben en qué bando colocarse y terminan actuando a medias. Crónica de una muerte anunciada nunca debería haberse escrito (no hablo en el plano real, por supuesto), y sin embargo la providencia lo desea con tal fuerza que el hecho se consuma inevitablemente.

A lo largo de la obra, Gabriel García Márquez juega con el tiempo y los personajes, salta de una persona a otra, de un momento a su opuesto con una ligereza asombrosa, ejerciendo de guía invisible en un laberinto plagado de maravillas. La técnica narrativa del colombiano asombra a todo lector por la vida que desprende, convirtiendo un mito en un ajustado retrato de la vida rural en el trópico latino y viceversa, de modo que uno no sabe si lo que tiene entre manos es leyenda o periodismo, realidad, fantasía o simplemente magia (aunque no hay aquí magia propiamente dicha, no como en, por ejemplo, Cien años de soledad; la magia a la que me refiero es la de las palabras, que conceden vida y sustancia a la imaginación.)

Hablando de Cien años de soledad, Crónica de una muerte anunciada es, a mi modo de ver, su contrapunto realista, el otro extremo del péndulo, una historia que podría no haber encajado en el primer libro pero que le pertenece por mucho que reclame un espacio propio. Es difícil separarlas, comprender del todo una sin haber conocido la que opino que es su fuente, su cordón umbilical, convirtiéndose ambas en lecturas absolutamente obligadas para cualquier lector, asiduo o no, que desee recuperar o ensanchar su capacidad de maravillarse.

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