domingo, 22 de julio de 2007

Iain Pears: El sueño de Escipión

Tres historias se entrelazan o, mejor dicho, discurren de forma bastante paralela en El sueño de Escipión. Por orden cronológico, la primera está protagonizada por Manlio Hipómanes, un noble erudito que ve en el obispado la única fuente de la que puede extraer el poder necesario para ser capaz de postergar la caída de las tierras de Provenza a manos de los bárbaros que azotan el declive del imperio romano. En la segunda, Olivier de Noyen se ve envuelto, en medio de las sacudidas de la peste negra en Europa, en una trama orquestada por el cardenal Ceccani para llevar el papado a Roma de nuevo tras una estancia demasiado larga (para él) en Aviñon. Julien Barneuve, por último, se enfrenta a los peores momentos de la Francia ocupada durante la segunda guerra mundial

A falta de un elemento definido que hilvane las historias (el texto de Cicerón que da título al libro es más una excusa que un verdadero enlace), vemos cómo poco a poco se forjan entre éstas uniones circunstanciales, no demasiado sólidas pero sí lo suficientemente claras como para mantener cierta cohesión a lo largo de la novela. Los tres viven en Provenza, los tres se descubren a sí mismos con un poder inesperado entre las manos. Los tres hombres están enamorados, cada uno a su modo: Manlio responde al arquetipo de Storge, y ve en Sofía una compañera y maestra más que una amante; Olivier vive un amor apasionado contra el que él mismo es incapaz de luchar; y Julien se desvive en un punto intermedio, algo así como una media aritmética entre los dos. Así las cosas, estas conexiones implícitas y la excelente fluidez narrativa con la que vamos cambiando de siglos y épocas sostienen una novela que a ratos se hace pesada por la ausencia de un destino, de un objetivo clarificado. Una pena esto último, porque vemos cómo una novela estupendamente cimentada va perdiendo fuelle a medida que ascendemos los pisos que la componen, y solamente alza el vuelo de nuevo cuando comenzamos a vislumbrar el final.

No he sido del todo correcto cuando he dicho que al libro le falta un nexo de unión verdadero entre las historias, un crisol que pruebe que son hijas de los mismos padres. Sí lo hay, lo que pasa es que éste pasa desapercibido la mayor parte del tiempo, emergiendo hacia el final en las tres historias: se trata del “problema judío”, si bien las reacciones al asunto por parte de los personajes es diametralmente opuesta. A Julien se la traen al pairo los nazis, solamente quiere salvar a Julia a toda costa; Olivier, que ha recibido las enseñanzas de un sabio judío, hace lo que puede para frenar la represión que sufren por parte de quienes les culpan de esparcir la peste; y Manlio los arroja a los leones (figuradamente) en un acto maquiavélico que ha de costarle el amor de Sofía. Sea como fuere, las tres historias convergen hacia ese punto, el genocidio judío, y terminan simplificándose demasiado para mi gusto. Atrás quedan Cicerón y la filosofía neoplatónica, las invasiones bárbaras, la peste, las intrigas eclesiásticas de los últimos días de la era clásica y durante la edad media, los dilemas morales entre el colaboracionismo y la resistencia a los que se enfrenta el funcionariado de la Francia ocupada, atrás queda todo, oscurecido por la larga sombra de los sucesivos intentos de exterminio judío. No es que eso esté mal, por supuesto. Solamente digo que no debería haberse minimizado tanto todo lo demás.

No me queda mucho por decir, salvo hacer una reflexión. “La mejor novela histórica de misterio jamás escrita”, así reza la portada de El sueño de Escipión. Una afirmación ambiciosa, sin duda. Nunca he sido un gran lector de novela histórica y apenas conozco unos pocos títulos con los que pueda comparar, pero justo después de leer tan valiente afirmación me vino a la cabeza El nombre de la rosa y me pregunté si esta novela podría estar realmente a su altura. La respuesta, lo siento, es que no. La frasecita, otra vez, es una jugarreta por parte de los editores, empeñados en elevar todo lo que publican a los altares de la literatura utilizando una técnica de ligoteo paralela al triste “eres la chica más guapa que he visto en mi vida”. Parece que el mundo entero se ha convencido de que solo la genialidad es plausible y que todo tiene que ser una obra maestra, o venderse como tal, para ser capaz de sostenerse en pie. El sueño de Escipión es un libro notable, incluso me atrevería a decir que de lectura obligada, pero no una obra maestra. Tiene defectos, y le sigue faltando ese punto de genialidad que distingue a los clásicos de un género. A ver si alguien, de una vez, empieza a atreverse a llamar las cosas por su nombre.

2 comentarios:

Jimena dijo...

Estoy totalmente en desacuerdo con tu comentario. Las tres historias en conjunto postulan la gran falacia de las ideologias - causantes de grandes desastres no solo en el siglo 20- utilizadas como pretexto para la conquista del poder al estar envueltas en un ropaje intelectualizador y " civilizado" . Y en contraste la simpleza del acto etico. Me parec un libro maravilloso y esclarecedor. Manlio cayo redondo en la trampa; Julien solo logro comprender- en el sentido mas simple - al final de la historia ; solo el oscuro Olivier logro vivenciar el mensaje.

Jimena dijo...

Estoy totalmente en desacuerdo con tu comentario. Las tres historias en conjunto postulan la gran falacia de las ideologias - causantes de grandes desastres no solo en el siglo 20- utilizadas como pretexto para la conquista del poder al estar envueltas en un ropaje intelectualizador y " civilizado" . Y en contraste la simpleza del acto etico. Me parec un libro maravilloso y esclarecedor. Manlio cayo redondo en la trampa; Julien solo logro comprender- en el sentido mas simple - al final de la historia ; solo el oscuro Olivier logro vivenciar el mensaje.